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María de la Paz

Las palabras se las lleva el viento...

Las palabras se las lleva el viento...

 

 

Mi abuelito siempre ha dicho “la prudencia con nadie pelea”. Una y otra vez lo repite, sobre todo cada vez que “se arma la grande” en mi casa y el trata de hacer que los demás nos comportemos como adultos. He escuchado esta frase toda mi vida, y lo he visto a él dar ejemplo cada día, desde que tengo uso de razón. Y para él, parece ser un comportamiento natural. Al parecer mi abuelito tiene una glándula en el cerebro que le indica cuándo hacer una pausa, madurar una idea, evaluar ventajas, desventajas y riesgos, cuantificar el impacto. Y sólo después, soltar sus pensamientos al mundo, disparar una frase, hablar, desembuchar. Pero, ¿por qué diablos no todos tenemos esa glándula? ¿No debería ser hereditaria? ¿Por qué algunos no logramos hacer en orden algo que se ve tan fácil: parar-pensar-actuar?

 

A veces decimos cosas que no queremos decir, y hablo en plural para no tener que aceptar que soy la peor persona del mundo. La más infame, baja y vil. La única que no es capaz de detenerse unos segundos y hacer un examen racional antes de soltar una barrabasada, cualquier sandez, alguna combinación de palabras cuyo único resultado será mostrar qué tan estúpida soy al herir a las personas que quiero. Quiero pensar que no soy sólo yo la que actúa con total indiferencia hacia los sentimientos ajenos. Quiero pensar que no soy la única que dispara palabras cargadas de egoísmo y pedantería, palabras llenas de indolencia hacia los demás… Quiero pensar que somos muchos, muchísimos, así el mal de muchos sea consuelo de tontos.

 

Y es que, después de embarrarla, no queda absolutamente nada. No hay nada qué hacer. No hay vuelta atrás. Tampoco es que sea el fin del mundo, lo sé. Pero a las palabras no se las lleva el viento. Quedan para siempre en la cabeza y en el corazón de quien herimos.

 

¿Y si se pide perdón? Si, a veces se puede. Pero ¿qué palabras usar para borrar lo que ya dijimos? ¿Cómo echar reversa para mostrar que en realidad nuestras palabras no reflejan lo que pensamos o sentimos? ¿Debemos echarle la culpa a Darwin y explicar que somos seres incompletos y que nos falta una glándula en la cabeza? “Es que yo no quise decir eso”. “Es que no entendiste lo que dije”. “Es que no lo supe decir”. “Es que lo dije llena de rabia por algo que tu dijiste/hiciste”. “Es que soy tan torpe que sólo puedo defenderme agrediéndote…”

 

Liliana R.* dice que “bruto es aquel que ofende a los demás sin darse cuenta”. Lo peor de todo es que según la filosofía de Liliana, yo no clasifico siquiera para bruta. Y a falta de la glándula de la prudencia, sólo me queda confiar en la nobleza ajena y en el perdón desinteresado. Amanecerá y veremos...

 

* Nombre original publicado para darle crédito a quien hace años compartió conmigo ésta frase.

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