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María de la Paz

De la música de Tropicana o cómo extrañar lo que se desprecia

De la música de Tropicana o cómo extrañar lo que se desprecia

 

 

El balance de los últimos meses –deportivamente hablando- no podría ser mejor: he corrido de 2 a 3 veces por semana, desde Agosto siempre a más de 10km/h, y en total he “recorrido” 250km de Mayo a Septiembre. En Septiembre 19 corrí mi primera carrera. O bueno, en realidad fue la segunda. La primera fue una que era requisito para pasar Deportes I en la UIS, y ya no recuerdo qué distancia recorrí ni cuantas ¿horas? tardé en terminarla. Sólo recuerdo –hace ya 10 años de esto- que en medio de la carrera hice una parada técnica en una tienda de San Alonso para comer ponqué Ramo con Pony Malta. Necesitaba energía, obviamente. Así que ésta del 19 de Septiembre de 2010, fue en realidad mi primera carrera. Mi primera carrera seria. 6.4km en un poco menos de 37 minutos. Todo un récord dado mi historial de pereza e inconstancia desde que cumplí los 15 años.

 

El nombre de la carrera es Dam tot Dam. Esta competencia tiene cierto renombre en Holanda, aunque la versión conocida es la de los 16km, que es la distancia que separa Amsterdam de Zaandam, ciudades al norte de Holanda. Así que allí estuve. O mejor, estuvimos. Mauricio y yo, y otros miles de personas. Allí estuve con mis muy costosos y nuevecitos, zapatos de correr. Y conocí a la fauna corredora holandesa, que he clasificado en tres grupos:

  • Grupo 1, conformado por hombres y mujeres con claro sobrepeso, luciendo zapatos de correr carísimos y casi nuevos, y ataviados con cuanto dispositivo existe para medir las calorías, pulsaciones, velocidad por minuto, etc.
  • Grupo 2, hombres y mujeres flaquísimos, con pantalonetas y zapatos que parecieran tener años de uso, en silencio, concentrados, para luego salir como flechas después del pitazo inicial, y a los que nunca más volví a ver. O bueno, si volví a verlos. En la portada de los periódicos al día siguiente.
  • Grupo 3, los demás corredores, los que nos creemos normales, los que dejamos de salir de fiesta los viernes para mejor entrenar y los sábados sólo nos tomamos 1 (y sólo 1) cerveza porque el domingo hay que correr nuevamente.

 

La carrera fue muy divertida. El paisaje en Zaandam bonito, con callecitas pequeñas y casitas que parecen habitadas por enanos. Cientos de holandeses gritaban doorgaan doorgaan  (¡vamos, vamos!) a lado y lado del recorrido para darnos ánimo. Sonreí para la foto de los 3km y luzco muy deportiva en el video que toman los organizadores de la carrera. Al final, una medalla, galletas y bebida energética y masaje en las piernas. Quedé en el puesto 58 entre un poco más de 400 mujeres. Así que ahora la energía está dispuesta para el próximo objetivo, que será en simultánea internacional el próximo 31 de Octubre: cada hermana en una esquina del mundo corriendo –o bueno, caminando, dependiendo del grado de entrenamiento alcanzado- los 10km de Bogotá, Toronto o Rotterdam, según sea el caso.

 

Con todo esto, mis compañeros de oficina me consideran alguien atlético, que hace ejercicio regularmente y que tiene hábitos saludables –quien lo creyera-. Y esto ha cobrado importancia en días pasados porque la empresa ha lanzado (o debo decir relanzado) una campaña para medir y mejorar los hábitos de salud de los trabajadores de la refinería. Así que la aplicación que tengo en el iPhone para calcular el IMC (Índice de Masa Corporal) se ha vuelto muy popular entre mis colegas. Y también protagonista de un par de conversaciones álgidas entre ellos. La última, fue más o menos así: Colega 1 (55 años, 26 de IMC) le reclama al Colega 2 (40 años, 35 de IMC) por tener el IMC fuera de los límites saludables (30 o más). Colega 2 se defiende argumentando que es muy saludable, que los resultados de todos sus exámenes lo hacen ver como un quinceañero. Pero el Colega 1 le responde que debido al alto IMC, la probabilidad de sufrir problemas de tensión y enfermedades cardiovasculares, renales y demás es 1.2 veces más alta que la de aquellos con IMC inferior a 26. Y que por eso, las aseguradoras deben subir las primas que pagamos por la seguridad social. Y que por eso, todos debemos pagar más cada mes a nuestro seguro de salud. Entonces, el Colega 1 le “exige” al Colega 2 dejar de comer tantas croquetas al almuerzo y bajar de peso para situarse al menos en el IMC de 27 (que, por cierto, es el promedio entre mis colegas) y así dejemos de pagar tanto dinero a las compañías aseguradoras.

 

Bueno, pues en este punto no pude sino guardar silencio, con la boca abierta por la incredulidad ante lo que estaba pasando: nunca había visto a nadie inmiscuirse de tal manera en la vida de otro, al punto de recomendarle qué comer y qué no, argumentando el bien común.

 

Y así pasan los días en el trabajo en Holanda, hablando de cuál fruta tiene más contenido de azúcar, y cuánto ejercicio se debe hacer a la semana para bajar el colesterol, mientras en la otra esquina del mundo, Colombia se cae a pedazos.

 

Un país sin futuro. Y además, sin presente. La pobreza sigue su curso, el desempleo y el subempleo siguen subiendo. La mayor causa de mortandad en las mujeres está relacionada con el embarazo y el parto y la falta de controles de salud en ésta etapa y eso es entre las menores de 20 años de edad. El nivel de escolaridad es bajísimo. Nos seguimos matando sin misericordia y la corrupción es algo tan común como lo es autodenominarnos “berracos”.

 

Pero lo peor, lo peor de todo es el optimismo. Ese optimismo crónico y sin sentido que nos hace creer que vamos por el buen camino sin nada que lo demuestre. Cada vez que entro en esta discusión con alguien, esta persona cita los periódicos nacionales como si tuvieran la verdad revelada. Me molesta sobremanera que crean que sólo por cambiar de gobierno, ahora si nos salvamos, así sea de nosotros mismos. No soporto que hablen del gabinete de Santos como “de lujo” cuando ni siquiera se habían posesionado los ministros. Me enferma que los colombianos vayamos por la vida tan alegres sin tener de qué sonreír. Y bueno, alegres, me lo paso. ¿Pero orgullosos?

 

En medio de la amargura que me produce escuchar el júbilo y la alegría ajena y por demás sin motivos, en la radio nacional o al leer los periódicos, hace 4 meses entré en una etapa de negación profunda. De total desprecio hacia todo suceso que ocurra en ese lindo pedazo de tierra llamado Colombia. No leo absolutamente nada de prensa colombiana ni escucho siquiera La W o La Luciérnaga. No tengo idea de qué ha escrito Daniel Samper, ni cuáles son los chismes de “La cosa política” o cuál es la última olla podrida que ha destapado Noticias Uno. Supe de la pelea causada por unas empanadas en el norte de Bogotá leyendo Facebook. Me enteré de la muerte del Mono Jojoy por Twitter. Supe que en el campamento bombardeado estaba Tanja –la guerrillera holandesa- por Metro (periódico gratuito de Rotterdam). Claro que aún no se si la muerte de Tanja se comprobó o no porque, dice Metro, el gobierno colombiano aún no ha contactado al gobierno holandés al respecto.

 

La ausencia de información me ha vuelto más susceptible a las opiniones de los demás. Cada tanto tengo un debate interno cuando alguien a quien aprecio me habla de lo bien que va Colombia, o su economía, o que ahora si “tenemos jodido a Chávez”, o me dice que se alegra porque han matado guerrilleros o porque hayan destituido a “la negra esa”. ¿Debo borrarlos del Facebook de mi corazón para siempre y nunca más volverles a hablar? –No creo. Y además tampoco se trata de quedarme sin amigos ni familia.

 

Sin embargo, no saber lo que pasa en el país me produce una sensación de falsa libertad. Es más, de independencia. Es como si me hubiera librado de un lastre pesadísimo. Ahora pretendo que nada de lo que pasa allí me importa. Y vivo mi falsa libertad feliz, acostada en una hamaca, que paradójicamente es amarilla, azul y roja, entendiendo que por más que me preocupe, y le de vueltas y vueltas a los problemas del país y trate de solucionarlos entre tragos o a la hora de la comida, allá nada va a cambiar. Antes me sentía desilusionada e impotente. Algo me oprimía el pecho. Ahora, vivir lejos –y sobre todo con 7 horas de diferencia horaria- me ha hecho entender que lo que más extraño de todo ese mundo mediático de pacotilla es precisamente de lo que más me burlaba cuando estaba allá, lo que menos serio me parecía, lo que más despreciaba: la música que sintoniza Tropicana.

 

2 comentarios

Carolina -

Pues si, yo a veces pienso igual... cada vez que leo un periódico peruano pienso que solo publican noticias sobre futbol, farándula y tal político dijo esto y tal otro le respondió tal otra cosa... Y tambien se supone que vamos mejor (incluso en los ojos de organizaciones holandesas), yo no lo noto!

Tatiz -

Tropicana????? sobre mi cadaver!!! Está bien fuerte el cinismo musical del que hablamos que dias. Me va a tocar mandarle más canciones para que se entretenga. Pero me parece la chimba que se desahogue acá porque sino termina dandole puños a Mamicho.
Buena suerte con la carrera!!! Prometo hacer mucha barra el 31 de octubre.
En aras del bien común, como no puedo colaborar con IMC mundial (yo daño la estadísticas), me dedicaré a hacer cocteles para los amigos... el alcohol corta la grasa no????? jejejee
Un abrazo. Siga así que están cada vez mejor.