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María de la Paz

En Dinamarca aprendí...

En Dinamarca aprendí...

 

En Copenhague un perro caliente callejero vale 25 coronas danesas, un tiquete en tren desde el country side vale 2.76 perros calientes, la entrada a un museo 2.4, medio litro de cerveza 1.4. Nachos en un pub 3.12, sándwich de paté de hígado 2.56, y carteras de lona bordadas a mano por colombianas viviendo en Dinamarca, valen 12 perros calientes cada una. Todo el desgaste mental calculando esto para descubrir el último día del viaje que una Big Mac en combo vale lo mismo en Copenhague que en Holanda.

Fui a Copenhague y comprobé lo mucho que se parece a Amsterdam, sólo que en Dinamarca se les acabó la pintura gris y tuvieron que usar otros colores para pintar las fachadas de las casas.

Fui a Copenhague para descubrir que no se mucho de ceremonias religiosas, así sean en danés o español, católicas o protestantes. Aunque el respeto y la convicción de los feligreses son más evidentes cuando no entiendo lo que el cura está diciendo.

Fui a Copenhague para comprobar que el danés es igual de incomprensible al holandés, la diferencia es que los daneses no hablan como si tuvieran una afección crónica en la garganta (sólo como si tuvieran una papa en la boca que no se sacan sino para hablar en inglés).

Fui a Copenhague y vi que en el mejor barrio del estrato más alto de la ciudad más rica, también hay desadaptados orinando en cualquier esquina (ver foto).

Fui a Copenhague para descubrir que los bebes de 2 meses te pueden vomitar 2 veces seguidas, si y únicamente si, después de la primera vomitada te cambias la camiseta por una limpia.

Fui a Copenhague para descubrir que la personalidad de los guías turísticos cambia según el idioma en el que te hablan.

Fui a Copenhague para comprobar –una vez más- que la famosa crisis económica de España no es tal, pues pareciera que tienen el dinero suficiente para enviar al extranjero cuanto español detestable existe y ponerlo a pasear y gastar por los demás países europeos. En las calles de Copenhague el español es el rey de los idiomas y atracción turística que se respete ofrece sus servicios usándolo y tiene –cómo no- un vendedor de acento ibérico que explica cuáles son los horarios en los que los hispanohablantes no tenemos que fastidiarnos escuchando ingles pues hay versiones de excursiones exclusivamente en español.

Fui a Copenhague para evidenciar que los guardias en los museos si trabajan, y si tocas –por curiosidad y con total inocencia- algún objeto del siglo XVI, te van a dejar sordo de un grito.

Fui a Copenhague y comprobé que no importa qué tan tarde te acuestes ni qué tan buena haya estado la fiesta la noche anterior, la manera más eficaz de despertarse en las mañanas es con la risa de un niño de 3 años que con cáscaras de pistachos en las uñas ruge cual león de Discovery y quiere jugar contigo.

Fui a Copenhague y entendí que debo seguir yendo a Colombia muy seguido o correré el riesgo de convertirme en alguien que cita libros de ciencias sociales de quinto primaria para hablar de la actualidad política colombiana o que describe al colombiano promedio como alguien hermanable.

Fui a Copenhague para descubrir que tal vez estamos llegando a la edad en la que nos parecemos demasiado a nuestros padres o por alguna otra razón hemos empezado a conjugar verbos que eran de uso exclusivo de su generación (como acomedirse) y a valorar aun más la destreza en las labores caseras.

Fui a Copenhague y comí galletas, pan y mermelada hechos en casa. Tomé fishershots, famosos por su sabor mentolado y su alto grado de alcohol. Comprobé que ni emborrachan ni saben a Hall Mentho-lyptus.

Fui a Copenhague y entendí que tres días en una casa con tres latinas y un danés, asustan hasta al más open mind de los daneses.

Fui a Copenhague para darme cuenta de que una diferencia de 11 años no es un abismo cuando hay cariño entre hermanos.

Fui a Copenhague para darme cuenta de que los coffee shops en Holanda no son para nada una mala idea y que tal vez –solo tal vez- me estoy haciendo vieja porque un paseo de 20 minutos en Christiania me hizo temerle al caos que puede provocar tanta libertad y desear un poco mas de ley y orden en el mundo.

Fui a Copenhague y comprobé con placer que no importa en qué país estemos, nuestro estado civil o el número de hijos que tengamos, reencontrarse con viejos amigos y reír a carcajadas sin motivo aparente es el mejor plan del mundo.

 


2 comentarios

Tatiz -

No había leído este blog!
Fui a Copenhague a comprobar que es mejor tener amigos que plata :) Lloré lleyendo igual que en el Frederiskborg........ Excelente resumen de nuestras vacas.
Gracias Chis! la pasé campeón. Fue muy bacano verlas. Se les quiere mucho!!!!!!!!!!!!!

Carolina -

Jajajaja me rei con lo de "acomedirse"! yo tambien quiero usar esa palabra! :)